Estos días de aislamiento social debido a la epidemia COVID19 empiezan a arrojar luz sobre un hecho antropológicamente elemental: la vida en un lugar cerrado produce sufrimiento. El muro separa: la raíz preindoeuropea *mei- significa construir vallas, fortificaciones. Las palabras puerta y puerto vienen de *prtu-, pasaje: unen. Los muros de nuestra casas nos están separando: del virus, de los afectos, del movimiento, de la libertad, de la vida misma. Tras unos días de aislamiento ya emerge la necesidad de movimiento que caracteriza la vida de la mayoría de los animales. La vida humana, de hecho, se fundamenta en una tensión entre movimiento y asentamiento. “Es posible remontar la oposición entre estas dos modalidades a la ruptura inicial entre los protozoos capaces de moverse con mucha más libertad, que formaron el reino animal, y los organismos relativamente sésiles que pertenecen al reino vegetal.” Es Lewis Mumford quien nos lo recuerda.

Frente a nuestra breve permanencia en casa, la duración media de la reclusión en una prisión española, de 17,5 meses, es infinita.

Desde que la privación de la libertad se convirtió en la pena más común para los condenados, “un castigo que actúe en profundidad sobre el corazón, el pensamiento, la voluntad, las disposiciones” (en lugar de afectar el cuerpo) como nos recuerda Foucault, la cárcel se ha convertido en la pena por excelencia. Estos días podemos imaginar sólo una mínima parte del sufrimiento que 60.000 personas están viviendo en España: cómodamente alojados en pisos con todos los servicios necesarios, no conseguimos experimentar la vida en una celda de 9,9 metros cuadrados [la media en España], en la que a menudo se aloja a una segunda persona debido a la carencia de celdas. Frente a nuestra breve permanencia en casa, la duración media de la reclusión en una prisión española, de 17,5 meses, es infinita. Estos días de aislamiento deben servir para empatizar con las personas internadas en los lugares invisibles. El inevitable antes y después de esta epidemia debe impulsar la superación de la cárcel.

En el manicomio de Imola, en Italia, antes del trabajo liberador de Giorgio Antonucci, quien derribó muros y abrió puertas, “llegabas y encontrabas la puerta cerrada con la mirilla. Aún se pueden ver las marcas de las uñas, en el interior, de las personas que no estaban atadas que intentaban salir, tratando de abrir.” Estas marcas de las uñas en la puerta cerrada son el verdadero monumento a la libertad. Estos días de aislamiento las personas que lamentan la falta temporal de libertad deberían sonrojarse ante la existencia de los manicomios-hospitales psiquiátricos en una sociedad moderna, en lugar de alabar la psiquiatría. Los médicos, por su parte, deberían distanciarse de una pseudociencia que se fundamenta en la coerción, cuando el movimiento es imprescindible para la salud. El antes y después de esta epidemia debe impulsar el cierre de las instituciones psiquiátricas.

La raíz preindoeuropea *mei-, como decíamos, significa construir vallas, fortificaciones. Mientras nosotros tomamos medidas drásticas para evitar un virus que produce una mortalidad de entre 0.7% y 4%, a quienes saltan una valla para huir de una destrucción incomparable con la peligrosidad del virus (a menudo causada por las políticas occidentales) los encerramos en otros lugares de sufrimiento que tendemos a olvidar: los CIEs.

Las marcas de las uñas en el intento de abrir una puerta cerrada son el verdadero monumento a la libertad.

Las vallas y las fronteras crean otras barreras, los muros de los CIEs, que separan a los internados de la vida, los afectos, los espacios de libertad, sin protegerlos del virus como en nuestras cómodas casas, sino atrapándolo en su interior con consecuencias imprevisibles entre personas hacinadas en un lugar cerrado. Así como en el caso del manicomio, lo que estamos viviendo es incomparable con el sufrimiento sine die de las personas internadas sin haber cometido ningún crimen, o si preferís el único crimen de huir, como nosotros, de la destrucción. El antes y después de esta epidemia debe impulsar el cierre de los CIEs.

El zoo y las granjas son lugares de encierro de seres vivientes para el disfrute del ser humano. Estos días podemos acercarnos, con una intensidad infinitamente menor, al sufrimiento experimentado cada día por un número incalculable de animales en el planeta. El antes y después de esta epidemia debe impulsar el cierre de los lugares de cautiverio.

Este período de aislamiento debido al COVID19 debe servir para sentir en nuestros cuerpos la importancia vital del movimiento y la libertad y reflexionar profunda y empáticamente acerca de la misma existencia de estos lugares invisibles. La única salida a todo este dolor es el cierre de los lugares de encierro.


Artículo publicado en El Salto.

Imagen [banner]: Massimo Paolini [2020]


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