Una ciudad decide construir una torre, dos torres, tres torres y luego una cuarta. Se aprecia el skyline, las luces nocturnas, la altura, la proyección de la ciudad entre las metrópolis protagonistas de nuestra época. La ciudad se vuelve moderna, el progreso es palpable.
Hay que decidir su finalidad, para qué se construyen cuatro edificios inmensos. Aunque parezca sorprendente, en realidad su uso es indiferente, al ser la verdadera finalidad de la construcción el tener una posibilidad más de inversión [léase especulación]. Todo lo demás no tiene que interesar, no hay que preguntar. O mejor dicho, se puede preguntar casi todo lo que concierne los detalles, insostenible sería la pregunta de un niño —desinteresada, naíf, penetrante— sobre el porqué. El pupitre está hecho para estar sentado allí donde una voz firme te indica, sin preguntar.
Luego llega el momento de encontrar un nombre para el lugar, ya que nombrar las cosas las define: Cuatro Torres Business Area. El nombramiento no ha terminado: hay que encontrar un nombre para cada torre. Historia de los nombres: Torre Repsol (petrolera), Torre Caja Madrid (banco), Torre Bankia (banco ‘salvado’ con dinero público), Torre Cepsa (petrolera), Torre Espacio (inmobiliaria), Torre de Cristal (aseguradora), Torre Sacyr Vallermoso (constructora), Torre PwC (consultoría, la torre alberga también un hotel de cinco estrellas).
Un círculo embriagador, el niño ya no sabe qué preguntar. Con la palabra ‘Espacio’ pensó en la inmensidad del cielo, la luz de las estrellas. La palabra ‘Cristal’ le recordó la belleza de la naturaleza, la transparencia, la claridad de visión. ‘Vallermoso’ recreó en su mente la hermosura de un valle exuberante, un espacio fuera del mercado para desatar sus deseos. Ex cathedra le aconsejan democráticamente no moverse del pupitre, no formular preguntas innecesarias. Si hay pupitres una función la tendrán.
El proceso educativo procede sin alarmantes desviaciones.
El nombre de la quinta torre, la perla que completa el idílico cuadro urbano: Villar Mir (el manipulador del hormigón, un maestro en cuestiones éticas). Al niño le recuerda vagamente la historia de los faraones, los esclavos y algo más que aprendió en la escuela de manera confusa. El niño ignora el derecho al voto, pero en sus lecturas recuerda el nombre de un cierto Étienne de la Boétie y su Discurso sobre la servidumbre voluntaria. La torre albergará, por un lado, una universidad (privada) de business, por el otro un hospital (privado, ça va sans dire). Funciones intercambiables: podrían ser un centro de blanqueo de capital, las oficinas de una fábrica de minas antipersona, una clínica de transplantes de órganos de procedencia desconocida o las oficinas de una industria de psicofármacos. Es indiferente lo que mueve las ruedas de la industria.
Parafraseando a Ivan Illich —y trasladando a la ciudad lo que él escribió sobre la escuela en el íncipit de La sociedad desescolarizada (1971)— el verdadero progreso consistiría en desescolarizar la ciudad, para no confundir un hotel con la capacidad de acoger, un hospital con la capacidad de cuidar, una universidad (privada) de business con la educación, una constructora con el acto de habitar un lugar, un banco con la administración inter pares de los recursos del planeta.
El niño imagina una quinta torre sin nombre, sin constructoras, sin arquitectos célebres, incluso sin diseño. Un espacio vacío, cuyo diseño es la decisión de dejarlo intencionalmente vacío. Una torre que no está en venta, una torre que detiene el tiempo y reflexiona.
El hotel de lujo se volverá capacidad de acoger y hospedar, el hospital eliminará el lucro con la com-pasión desinteresada, la torre del banco se derrumbará por sí misma, con un suicidio catártico, revelando el carácter irreal del dinero, la universidad se disolverá en la ciudad, abriéndose a todos sin distinción, convirtiendo la certificación en aprendizaje desinteresado, compartido, cuestionado.
La quinta torre: una torre inmaterial aún más alta que las demás. Una torre que espera, allí, que la veamos. Una torre tímida, invisible, frágilmente sólida, con la fuerza que sólo el conocer nuestra posición en el mundo, el penetrar densamente la vida, el sentarse fuera del pupitre como un di-sidente puede dar. Una fuerza que sólo lo inmaterial proporciona.
En lugar de ser un símbolo del poder, fálico, intimidatorio, falsamente inexpugnable, la altura de la quinta torre permite ver más allá de las fronteras (des)educativas modernas para volver a pensar los fundamentos, ahora miserables, que constituyen nuestras metrópolis.
Lejos de ser un ensueño, es una realidad que espera materializarse.
Artículo en Periódico Diagonal, Arqa
Fotografía [banner]: Nacho Rascón | Cuatro Torres Business Area (Madrid)
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