Existe una manera muy simple y eficaz para cambiar el significado de una imagen: consiste en separar una parte de la composición del contexto. De este modo, el fragmento aislado pierde su significado originario. Recortando la imagen, extrayendo una porción, rompiendo la unidad, queda un fragmento mudo, incapaz de comunicar su historia. El contexto llena de significación el fragmento, justificando su existencia en relación con el conjunto, permitiendo la comprensión.
Al desaparecer el contexto, la acción representada se vuelve un gesto pasible de ser deformado según la voluntad del observador. El acto en cuestión puede convertirse en lo que queramos ver, al antojo de cada uno.
Por ejemplo, la foto de un hombre o una mujer lanzándose por una ventana será la imagen de una persona con problemas psiquiátricos que, de repente, cumple un gesto incomprensible, in-sensato, si encuadramos exclusivamente a la persona asomándose a la ventana, o de ella cayendo. Sin embargo, si ampliáramos el campo visual para alcanzar una visión de conjunto, incluyendo los elementos que rodean a la persona, podríamos ver, por ejemplo, una fila de furgonetas de la policía, en equipo de guerra, a punto de desahuciar a la persona en cuestión, que ya no puede pagar el alquiler debido a que el edificio ha sido comprado por un fondo de inversión, que seguramente no paga impuestos, o bien por un banco rescatado con dinero público: conocer el contexto, por lo tanto, devuelve sentido al acto. Le devuelve la palabra, la capacidad de comunicar, le restituye lo que no se le había permitido expresar, mutilándolo.
El motivo real que explica el acto, en el hipotético caso en cuestión, es la situación de desprotección en lo que concierne a los elementos básicos necesarios para la vida, por ejemplo un hogar, que muchas personas experimentan en nuestra época, así como el problema concreto de la creciente iniquidad en la distribución de los recursos: dos fundamentos de la economía neoliberal. El conocimiento de los hechos concretos, las partes faltantes de la imagen, hace que los supuestos problemas psiquiátricos se derritan como nieve al sol.
La psiquiatría es el acto de eliminar el contexto, el recorte manipulador que silencia el poder desestabilizador de la fotografía. La psiquiatría no escucha, no quiere escuchar, no quiere conocer. Considera el fragmento, en general un comportamiento en apariencia injustificado o una idea en abierto contraste con las convenciones sociales o el moralismo, y lo silencia, sin interés por el complejo entretejido de relaciones, emociones, silencios, sentimientos, vicisitudes, caídas, desvíos, disenso, rebelión, desorientación, a veces muy complejo y difícil de entender, que la fotografía proporciona a un atento observador. De esta manera impide la comprensión de la historia y elimina a la persona.
Surgen varias preguntas: ¿qué imágenes, qué fotografías se fragmentan y recortan? ¿Cuáles personas, cuáles historias son silenciadas? ¿Quién es el autor de la manipulación de la imagen? ¿Quién impide a las personas contar su historia?
Volviendo a la imagen de la persona que se lanza por la ventana, el recorte que elimina la agresión policial dejando sin una causa aparente la búsqueda de la muerte, para luego dirigir el discurso hacia los problemas psiquiátricos de una persona enferma, será obra de, por ejemplo, un periódico de propriedad del mismo banco o fondo de inversión que desahucia a la persona. Es decir, la psiquiatría está al servicio del poder. Desde luego, es mucho más fácil eliminar rápidamente a las personas que denuncian problemas importantes de nuestra manera de vivir juntos que afrontarlos y solucionarlos, tal vez cambiando radicalmente la organización de nuestra sociedad, como por ejemplo garantizar a todas las personas, sin exclusión, un hogar y una distribución equitativa de los recursos del planeta.
Un claro ejemplo que ilustra la finalidad de la psiquiatría es la historia de Carlo Sabattini, descrita en el libro, el ecologista candidato en el partido de los Verdes italianos quien denunciaba graves crímenes ambientales con pruebas documentadas y difícilmente contestables. Sabattini levantaba cuestiones que habrían podido desestabilizar el entramado político-económico de Módena. Alguien con más poder, es decir el sector industrial responsable de los daños al ambiente con la connivencia del poder político —hoy en día un simple ejecutor del poder económico—, quería eliminar a Sabattini rápidamente. Pues entra en juego la psiquiatría, que recorta la imagen eliminando el contexto, o sea silencia la situación de los graves crímenes ecológicos denunciada por Sabattini, internándolo en un manicomio con el diagnóstico de altruismo morboso, como si el hecho de ocuparse de algo que no sea el simple beneficio personal que nos enseña continuamente nuestra sociedad fuese una enfermedad. Se define enfermo al que se quiere eliminar por vía extrajudicial. Giorgio Antonucci, quien fue el perito de la defensa de Sabattini, consiguió liberarlo del manicomio y, posteriormente, rehabilitarlo del diagnóstico psiquiátrico para que pudiese volver a ser parte de la vida social.
Éste es sólo uno de los muchos ejemplos documentados en el libro que enseñan la verdad de la psiquiatría. Pero la mayoría de las personas internadas son pobres, solas, marginadas. Ante esta soledad y desorientación, Giorgio Antonucci ha siempre actuado afrontando los problemas concretos de las personas en su contexto social, cultural y afectivo. En la entrevista publicada al final del libro Antonucci habla de cómo entró en contacto con la psiquiatría, aún antes de trabajar como médico internista y especializarse en psicoanálisis con Roberto Assagioli: cuando, aún estudiante, trabajaba en un centro que ayudaba a ex prostitutas a reintegrarse en la sociedad fue testigo de una discusión entre una chica ex prostituta y una mujer del personal. Al acalorarse la discusión, llegó una ambulancia y llevó a la chica ex prostituta al manicomio. Fue en ese momento que Antonucci entendió la esencia de la psiquiatría: la persona con más poder puede internar a la más frágil.
Los resultados del trabajo de Antonucci son evidentes comparando las pruebas documentales —los historiales clínicos de las personas internadas en el manicomio de Ímola, donde Antonucci trabajó en el desmantelamiento de cuatro pabellones, escritos por los psiquiatras antes de la llegada de Antonucci (quien siempre se ha negado a escribir historiales médicos, rechazando el diagnóstico)— con los resultados conseguidos con los mismos pacientes. Las personas liberadas son la prueba incontestable de la eficacia del trabajo de Antonucci, quien ha demostrado que se puede actuar de otra manera, como siempre decía. Su trabajo marca un antes y un después.
Espejos, imágenes
El manicomio es un lugar sin espejos. Al eliminar todos los espejos, la persona es privada de su imagen. Así que incluso la imagen de la propia persona es mutilada, al no poderse mirar en su totalidad, sino que a través de la visión de los fragmentos del propio cuerpo que el ojo puede ver cuando no se dispone de un espejo. Teresa, una de las mujeres que pasó más de veinte años internada en el manicomio de Ímola, la mayor parte del tiempo atada a una cama, antes de que Antonucci la liberara, pudo darse cuenta de su envejecimiento a través de un único elemento: sus manos. La visión del envejecimiento de sus manos era su única medida del tiempo.
Apertura de un nuevo camino
Valerio fue el último de los liberados del manicomio de Ímola. De sus 31 años de vida al momento de la liberación, había pasado 23 atado a una cama. En los historiales médicos los psiquiatras escriben: «Se trata de un cerebropático con grave carencia intelectual y evidente retraso del desarrollo», «incapaz de establecer el mínimo contacto».
Tras ser liberado, en pocos días Valerio empieza a recuperarse, a volver a vivir. Como escribe Antonucci, «es evidente que, desde el momento en que es tratado como un ser humano, Valerio manifiesta su «humanidad»: tiene reacciones de placer, de hambre, de molestia. Da muestras de interés por el agua, los animales, la música. Busca el contacto con las personas. De esta forma se le ha abierto un camino hacia una recuperación considerada imposible». Antonucci prescribió a Valerio la realización de dos electroencefalogramas, un examen que nunca se le había efectuado a pesar del diagnóstico de grave ‘cerebropatía’. El resultado fue que «ni éste ni el segundo examen indican alguna particular lesión o anomalía».
Recomponer la imagen
Al llegar a Ímola, cuando se convirtió en el responsable de cuatro pabellones del hospital psiquiátrico Osservanza, Giorgio Antonucci conoció los efectos de los tratamientos psiquiátricos. Empezó su trabajo liberando a las mujeres agitadas esquizofrénicas peligrosas irrecuperables del pabellón 14. Allí encontró 44 fotografías destrozadas, correspondientes a las vidas de las 44 mujeres que llevaban años, en muchos casos décadas, allí internadas. Personas aniquiladas por años de electroshocks, psicofármacos, contención física, violencias psicológicas: espejos hechos añicos.
Giorgio Antonucci recogió en soledad los fragmentos, con paciencia y perseverancia, intentando volver a componer la imagen de la persona para devolverle su integridad, demostrando que eran seres humanos como los demás cuyas vidas destrozadas eran el fruto de la intervención psiquiátrica. Y consiguió demostrarlo, con el método empírico que fundamenta la ciencia.
‘Para mí hablar contigo o con un paciente de una clínica psiquiátrica es lo mismo’, me dijo cuando lo entrevisté en su casa en Florencia. Y era verdad. Giorgio Antonucci hizo desaparecer la cesura que separa médico y paciente y, aún más, psiquiatra y paciente, sustituyéndola por una verdadera comunicación.
Fue precisamente la eliminación de esa cesura lo que hizo que Antonucci luchara prácticamente solo en su trabajo de liberación y rechazo a las clases sociales o las categorías profesionales, en abierto contraste con la defensa de los privilegios de la profesión de sus colegas, que se oponían a su trabajo, o simplemente lo ignoraban, como hizo y sigue haciendo todo el ámbito académico italiano.
Complementaria a la actividad de recomposición de la imagen fue su trabajo de oposición a su mutilación, es decir a cualquier internamiento forzoso. Giorgio Antonucci, desde que empezó a trabajar como médico internista, nunca autorizó una hospitalización involuntaria, el fundamento de la psiquiatría. Al neutralizarse esta arma la psiquiatría se vuelve impotente.
Al llegar a la casa de Antonucci, cuando lo conocí en persona, tardé bastante tiempo en encontrar la puerta del piso. Toqué el timbre de un vecino para pedirle información. Cuando me dijo que la puerta del doctor Antonucci era la de enfrente, a mi espalda, me di la vuelta: la puerta estaba tímidamente entreabierta. Antonucci estaba detrás, aparentemente divertido por la escena, esperándome con una sonrisa profundamente humana que borraba la imagen tradicional del médico, distante, autoritario, inmerso en una categoría profesional que marca una separación. Allí estaba un ser humano que se comunica con otro ser humano.
La época de la profesionalización había terminado aquella tarde. La profesión había desaparecido, sustituida por la relación entre dos personas. La imagen se había recompuesto.
Barcelona, 15 de octubre de 2018
Prólogo de Massimo Paolini a la edición castellana de El prejuicio psiquiátrico, el primer libro de Giorgio Antonucci traducido al castellano. Proyecto editorial, traducción y notas de Massimo Paolini | Ed. Katakrak
—NOTA A LA EDICIÓN CASTELLANA—
El prejuicio psiquiátrico es el primer libro de Giorgio Antonucci traducido al castellano. El libro representa uno de los elementos de un proyecto editorial, Espacio e ideas, que estudia la naturaleza de los espacios metropolitanos, es decir la relación entre los lugares de nuestra época y las ideas que los fundamentan. El manicomio es el primero de los lugares estudiados.
La publicación del libro coincide con el 40º aniversario de la Ley 180, de la que se habla en varias ocasiones a lo largo del libro. Como es sabido, la ley estableció el cierre de los manicomios en Italia. En realidad, el manicomio, más que desaparecer, se ha diluido en la ciudad, adquiriendo varias formas sin cambiar su sustancia. A cuarenta años de la ley el manicomio se ha vuelto líquido. Como dice Antonucci en el libro y en varias entrevistas recientes, hasta que no se cuestionen los fundamentos de la psiquiatría la realidad manicomial se reproducirá bajo distintas formas.
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